El amor sin ternura es puro afán de dominio y de auto afirmación hasta lo destructivo. La ternura sin amor es sensiblería blanda incapaz de crear nada.

Fernando Savater



martes, 28 de julio de 2015

En otro plano.

Hace tiempo que tengo abandonado este vicio de escribir, jamás he dejado de transitar mis laberintos, pero había descuidado esa sana costumbre de plasmar inquietudes, tal vez los desencantos unas veces y las ilusiones otras, lograron crear en mí esa falsa sensación de 'no necesidad' de la comunicación, y sí... lo es, es una necesidad, ya sea para un numeroso público o para ti mismo. 
Me he entregado a lo que era un recuadro en blanco, ya que hoy, de repente, me ví atacada por recuerdos de todo tipo, iban desde la infancia a la adolescencia, pasando por la actual adultez; el nacimiento de mis dos hijos (con lujo de detalles, sonrisas y lágrimas incluídas), la vez que me partí la nariz por andar de exploradora en obras abandonadas, la llamada de madrugada que me despertó de un sueño premonitorio anunciando el fallecimiento de mi amada abuela, los momentos de entelequia en los que te ves protagonizando 'videoclips' y te devuelven a la realidad llamándote por tu apellido (que cortada de rollo siempre... psss). Algunos eran una mezcla rápida, como un cóctel con 'de todo un poco', como dice la canción, otros eran paso a paso y con adornos... en fin, una sobreexposición emocional y emocionante. La cuestión es que, a juzgar por mi cara de ciudadana de Mongolia en algunos fragmentos, creo, sinceramente, que esto de recrear el pasado no es algo "molón" pero, señores, es un billete gratuito al aprendizaje, afianza las ganas de seguir maquinando, curioseando, creando y, ¿por qué no decirlo? Cagándola (con y sin remedio). 
Curiosamente estuve martirizando a un fiel oyente sobre varias de mis dudas existenciales —y las suyas— y terminamos conversando sobre la vida en otros planos, las diferentes realidades según las culturas, los miedos a dejar de ser y, como no, el amor... ese pequeño gran 'cabroncete' que hace que vivamos, básicamente, con temor, temor por los que amamos, por lo que les pueda pasar, por lo que puedan sufrir y un largo etcétera, pero (menos mal que siempre hay un pero), también nos hace caminar con esperanza, nos alimenta la humildad, la paciencia, ¡la filantropía!, asesina a la codicia y vapulea a la incoherencia—perdón, esto último es mentira, pero quedaba bonito.
No es por martirizar, pero son tantas las incertidumbres, las reflexiones y las quimeras, que he de hacer exámen y ponderación recurrentes y en voz alta, al menos de Julio en Julio, para mantener esta demencia que tanto esfuerzo cuesta mantener y tantas alegrías coloreadas me provee.
Como dije, hace tiempo que tengo abandonado este vicio de escribir y, habiendo recaído y con lo que cuesta desintoxicarse, creo que cederé ante sus encantos, total, lo único que puedo perder son espacios... de otro plano.