El amor sin ternura es puro afán de dominio y de auto afirmación hasta lo destructivo. La ternura sin amor es sensiblería blanda incapaz de crear nada.

Fernando Savater



jueves, 13 de noviembre de 2014

Música y vida...

Tanto y tanto escribir, derramar, escupir y vomitar letras sobre cariños, desesperanza, ilusiones, momentos, tragedias internas,  pasajes del recuerdo, infancia, de todo lo humano y lo divino... y, nunca he dedicado un espacio bloguero a la música, siendo como es, la base inamovible de mi camino.

Pues bueno, como digo siempre, es bueno, y casi imprescindible, tener la banda sonora de tu vida, en cada rutina, sorpresa o momento diario. Existe una melodía de acompañamiento para cada instante a explorar, no sé si esto es algo adquirido del cine o que nuestra mente, de forma natural, lo porta sin remedio a un plano fantástico donde todo se hace con una base emocional. Imagino no todo el mundo compartirá esa visión, pero en mi caso no puedo separar la música de mí propia existencia, allá donde more, mora ella. 
Lo bello del arte es que es una fuente inagotable de opciones, es imposible no encontrar la que te represente o identifique, dando lo mismo tus cambios de aire, opinión, motivación u objetivos, está presente en el formato que desees para aliviar tus penas ¡o potenciarlas!, arropar tu alegría, ayudar a tus errores a encontrar la salvación, y un sinfín de minúsculas y grandes variantes que no cesan de cambiar y amoldarse a tu 'yo' real y sin máscaras o disfraces, solo la música y tú. 
Siempre puedes acudir a los acordes del pasado, esos que van anclados a recuerdos de personas o sensaciones, agradables o no, y que de cuando en vez apetece transitar como algo constructivo... o para hacerte el 'harakiri' vital, eso a elección.
También te permite viajar por mundos, idiomas, culturas, terrenos subjetivos con más o menos sentido o complejidad, en ocasiones sencillos ritmos al amparo de un escueto y repetitivo mensaje son suficiente, otras una progresión demencial e intensa, acompañada de una letra digna de mil noches de reflexión y llanto interno te remata y marca para siempre. 
No hay momento ni lugar, no hay registro ni cadencia, no hay estilo ni versión, todo es susceptible de ser, de estar, no hay edad ni conciencia clara, no hay raza ni físico preferente, no desprecia un oído atento, unos pies ansiosos o un alma sensible, envuelve todo y a todos.

Yo... no puedo vivir sin música, ¿acaso tú sí?